El hacha y el machete.
Nuestros reinos y repúblicas están
sostenidos por la fuerza de Herácles. Nuestro héroe mitológico no podrá
liberarnos de nuestro destino de guerras civiles. De la barbarie. Los pueblos
en el mundo están viviendo masacres con el etnocentrismo como su única bandera.
Cuentan los maestros de dos jóvenes
monjes budistas. Los cuales se encontraban en el patio de su escuela. Uno de
los monjes le comentó al otro:
- -
¿Has notado como se mueve nuestra bandera con el
viento?
El
otro monje, dispuesto a debatir le corrige.
- -
El viento es el que se mueve.
El
maestro de los dos jóvenes monjes pasaba cerca de ellos, escuchó su plática y les dijo.
- -
Lo único que se mueve es la mente.
Cuando sostenemos al mundo con la fortaleza de Herácles
nuestra luz (nuestra palabra)
se
dirige hacia lo oscuro sin poder regresar.
Los pueblos y sus gobiernos se han dirigido (arropados) por leyes
nacidas de los rostros sin mascaras
de nuestros antepasados. No somos
minorías ni mayorías cuando el perdón, la piedad, la misericordia mueven las
banderas de nuestro destino. Somos los últimos momentos de un mundo sostenido
por la guerra. Las ciudades se vuelven cárceles con diferentes grados de confort.
Las fronteras son nuestra ultima identidad. Los ríos, las montañas; cielos y
mares son sostenidos por los deseos de controlar las ideas. Los caballos de la
pradera son domesticados y criados para encontrar una progiene mas pura. Es la
carrera de un mundo derrotado por la naturaleza y la ciencia. Un mundo
artificial dotado de calma. El cuál vuelve al tablero de ajedrez artificio,
holograma,
pixel.
Nuestro mundo sostenido de esta
forma (la guerra) no encuentra en el anciano, en la mujer, en la infancia o en
el hombre la respuesta a sus problemas actuales. No la encontrará. Porque no
descansa nuestro mundo en los hombros del Atlas. Ese Atlas renovado por los
mismos mundos sostenidos por él. De esa forma, los hombres blancos, hombres
amarillos, hombres negros, hombres rojos regresamos todos los días al hogar
lleno de olores y derrota. Solamente hemos descubierto desde hace mucho tiempo
la falta de límites en los modos de vivir. Pero nuestro mundo ilimitado
descansa en la obediencia. Una obediencia donde nada se cuestiona. Con
infinidad de caminos (buenos o malos) para lograr bienes secundarios y
terciarios. El mundo debe de estar girando al revés.
Nadie venido desde el espacio
exterior nos detendrá hacia nuestro destino. Un destino comparable con la
desolación y el terrible pensamiento de lo perdido. De lo irrecuperable. Paranoia
y Plusvalía. Allá en el espacio (descrito como el Kosmos) nuestro futuro (
bueno o malo ) no tendrá relevancia. No habrá ningún milagro desde el Caos.
Nuestro “ser humano” cambió al universo desde las
primeras tribus. No hay otro milagro mejor el cual recupere una condición
suprema en el universo. El milagro es la especie (lo transformador en la
realidad) evolucionada, creada.
El
universo ya tiene leyes establecidas desde hace mucho tiempo. Desde aquellos
tiempos donde no éramos ni tan siquiera una proto-especie. La materia y la
energía guardan palabras sin errores. Porque el camino del Kosmos no es una
imaginación infantil o avejentada. No es el auto sin gasolina ni el diesel
humano. Es el camino. Nuestro ecosistema se forma de naturaleza y civilización.
Hemos olvidado aquel mundo descansando en el Atlas. Nuestras herramientas y
nuestras virtudes avanzan por el impulso nato (ese impulso nato) pero hacia un final
concebido por la materia y la energía. Final de un producto del Kosmos. La Materia
y la Energía no tendrán culpa alguna de ese mismo final.
La
verdad inundará con verdad absolutamente
todo nuestro planeta. No tenemos ni tendremos méritos en la creación de una
respuesta. De nuestros escombros, de nuestras ruinas; buscarán los futuros
razones, veredas, acciones para conciliar la derrota y para combinar nuestro
fracaso. Seremos personajes futuros de un tonto ir y venir del vacío. Materia
prima de algún poeta y de alguna poesía futurista. Como nuestras ruinas, nos
volveremos ruinas. Pero sin sus artes. Esa ciencia futura nos llamará orgasmo.
Funzi