El
regreso de las ideas
Mario
Vargas Llosa
Los
asesinatos cometidos por los yihadistas en Francia en el semanario
satírico Charlie Hebdo y en un supermercado kosher han tenido
sorprendentes consecuencias políticas. Han reactivado las raíces
democráticas de la sociedad francesa y movilizado a inmensos
sectores a manifestar su protesta por aquella barbarie y su defensa
de la tolerancia, la libertad, la igualdad, el derecho de crítica y
la legalidad, valores que se han visto amenazados con aquellos
crímenes.
De
otra parte, han devuelto la confianza de la opinión pública en el
gobierno (que parecía desfalleciente) del presidente François
Hollande y de su primer ministro Manuel Valls, por su enérgico
manejo de la crisis provocada por el desafío terrorista, y renovado
los consensos de la clase política francesa a favor de los
“principios republicanos”, es decir, la coexistencia en la
diversidad de creencias, costumbres y culturas diferentes. En vez de
dejarse intimidar por el chantaje sangriento de los extremistas
islámicos, Francia, que los ha combatido ya en el África y lo sigue
haciendo en el Medio Oriente, reafirma su decisión de seguir
enfrentándolos. En prueba de ello, ha despachado a esa región a su
principal porta-aviones, el Charles de Gaulle, a fin de apoyar los
bombardeos aliados contra el califato islámico instaurado en
territorios de Siria e Irak. Vale la pena recordar que Francia
propuso una intervención militar en Siria a favor de los rebeldes
laicos y demócratas que se alzaron contra la dictadura de Bachar el
Asad y que su propuesta se frustró por culpa de Estados Unidos y
otros aliados, intimidados por Vladimir Putin, proveedor de armas al
Gobierno sirio. Ahora que aquellas fuerzas rebeldes han sido barridas
por los fanáticos islamistas que quieren derrocar al régimen de El
Asad para instalar una dictadura todavía más despótica (en el
califato islámico, además de las decapitaciones, los latigazos y la
esclavización de la mujer, acaba de estrenarse la política de
lanzar al vacío a los homosexuales) muchos gobiernos occidentales
lamentarán no haber adoptado la firmeza de Francia en defensa de la
civilización, que es, a todas luces, lo que el extremismo islamista
se propone exterminar.
Pero,
acaso la más importante deriva de los asesinatos cometidos por los
yihadistas en París sea el regreso de las ideas a la política
francesa. Ellas fueron las grandes protagonistas de su vida pública
a lo largo de buena parte de su historia, pero, en los últimos
tiempos, en parte por el desinterés –para no decir el desprecio–
que a su intelligentsia inspiraba la política, y, en parte, por el
sesgo puramente pragmático, de mera gestión de lo existente, sin
vuelo, ni horizonte, ni ideales, que había adquirido aquella, el
debate de ideas, en la que Francia siempre descolló, parecía
haberse extinguido en la tierra de Voltaire, Diderot, Sartre,
Malraux, Camus. En estas últimas semanas ha vuelto, de manera plural
y torrentosa.
Hace
mucho que no se veía a tantos escritores, profesores, eruditos,
investigadores, volcarse de manera tan intensa en la vida pública,
opinando a través de artículos, manifiestos, entrevistas en la
radio, la televisión y los periódicos, sobre el crecimiento del
antisemitismo, la islamofobia, los guetos de inmigrantes desprovistos
de educación, de trabajo y de oportunidades que se multiplican en
las ciudades europeas y sirven de caldo de cultivo del extremismo
antioccidental, de donde están partiendo millares de jóvenes a
integrar los batallones fanáticos de Al Qaeda, el califato islámico
y otras sectas terroristas.
La
polémica es tan intensa que me ha hecho recordar los años sesenta,
cuando temas como la guerra de Argelia, las denuncias sobre el Gulag,
la fascinación que ejercían entre muchos jóvenes la revolución
cubana y el maoísmo, el compromiso y la militancia de los
intelectuales, animaban un debate efervescente que enriquecía la
política y la cultura francesas. Entre las ideas sobre las que la
disparidad de opiniones es mayor, figura la inmigración: ¿constituye
ella un peligro potencial, como cree Marine Le Pen y a la que
parecería suscribir el revoltoso Michel Houellebecq con su última
novela, Sumisión, y por lo tanto ser restringida y vigilada con
rigor? Otros intelectuales, como André Glucksmann, recuerdan que el
mayor número de víctimas del terrorismo islámico son los propios
musulmanes, que han muerto ya y siguen muriendo por decenas de
millares, víctimas de unos fanáticos para los cuales todo quien
descree de su verdad única merece ser exterminado. El fanatismo
irracional y asesino no es monopolio del Islam; florece también
en otras religiones, de la que no estuvo excluida la cristiana,
aunque, quién podría negarlo, aquel es mucho más resistente a la
modernización de lo que ésta lo fue, pues no ha experimentado aún
ese largo proceso de laicización que permitió a la Iglesia católica
adaptarse a la democracia, es decir, dejar de identificarse con el
Estado. Todo esto parece indicar que pasará todavía mucho tiempo
antes de que los países árabes –un ejemplo promisor, por
desgracia hasta ahora único, es el de Túnez– adopten la cultura
de la libertad.
Me
gustaría comentar las opiniones sobre este tema de dos intelectuales
que aprecio mucho: J.M. Le Clézio y Guy Sorman. Ambos coinciden en
señalar que los asesinos de los periodistas de Charlie Hebdo, así
como el de los cuatro judíos del supermercado kosher, son meros
delincuentes comunes, pobres diablos nacidos o criados en los guetos
franceses, en condiciones execrables, y educados en el crimen en los
reformatorios y cárceles. Esta sería su verdadera condición, a la
que el fundamentalismo islámico sirve apenas de superficial disfraz.
El entorno social en que nacieron y crecieron sería el mayor
responsable del furor nihilista que los volvió depredadores
humanos antes que una convicción religiosa.
Yo
creo que este análisis no valora lo suficiente a quienes canalizan,
arman y aprovechan para sus propios fines a esos “lobos solitarios”
productos de la discriminación, la incultura y el ergástulo. ¿Acaso
todas las ideologías y religiones no se han servido siempre de
delincuentes comunes y sujetos descerebrados y perversos para cometer
sus fechorías? Los asesinos de Charlie Hebdo y del supermercado
salían de aquellos guetos, pero fueron entrenados en el Medio
Oriente o en el África, y formaron parte de organizaciones que,
gracias a Estados petroleros y jeques multimillonarios que las
financian, están equipadas con armas modernísimas y tienen redes de
información y enlaces por todo el mundo, a la vez que imanes y
teólogos los proveían de las elementales verdades para justificar
sus crímenes, sentirse héroes y mártires merecedores de gloria y
placeres sin cuento en el más allá. Desde luego que las condiciones
de abandono y marginación de los guetos europeos contribuyen a crear
potencialmente al asesino fanático. Pero quien pone la bomba o el
kalashnikov en sus manos, lo incita y le señala el blanco a
liquidar, tiene tanta responsabilidad como él en la sangre
derramada.
Que
la lucha contra el terrorismo exija a veces ciertos recortes de la
libertad es, por desgracia, inevitable, a condición de que estas
limitaciones no transgredan ciertos límites más allá de los cuales
la propia libertad sucumbe y un país libre deja de serlo y llega a
confundirse con los Estados totalitarios y oscurantistas que
alimentan el terrorismo. Esto parece haberlo entendido muy bien el
pueblo francés, que, en la encuesta sobre intenciones de voto que se
publica el mismo día que escribo este artículo, señala un aumento
en la popularidad de todos los partidos democráticos –de derecha y
de izquierda– en tanto que el Front National no parece haber ganado
un solo voto con su demagogia de pedir el restablecimiento de la pena
capital, la salida de Europa y una agresiva política anti
inmigratoria.
Madrid,
enero de 2015
Tomado
del periódico La Republica
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