Visitas de la última semana a la página

25/8/14

Leyenda Urbana


Después de la niebla


Recorriendo la parte solitaria de la avenida Murillo Vidal con dirección a la avenida Lázaro Cárdenas, Armenia se detuvo accionando el freno de su bicicleta tipo turista y se quitó el casco de protección para acomodarse los cabellos sueltos y así tener mejor visión a la hora de pedalear por aquella avenida. En aquellos años de mil novecientos noventa se practicaba el deporte entre los jóvenes capitalinos (cada quien con su disciplina favorita) y el ciclismo era una de las actividades menos requeridas por aquellos jóvenes porque recordaba a la niñez y las bicicletas de entonces eran diseñadas para las largas rutas del ciclismo profesional y todos los aditamentos de las tiendas deportivas eran para ese ciclismo de competición, haciéndose pesado el recorrido para los deportistas de la capital jalapeña por la gran montaña local con serias dificultades en su recorrido. Aquella tarde volvió la neblina a descender por la avenida Murillo Vidal. Los deportistas frecuentes a esta avenida ya le sabían al camino los recovecos para poder ejercitarse por las rutas de ciclismo y de joggin. Ejercitándose en áreas deportivas de la ciudad como la Milla (un sitio para correr cerca de los viejos campos Juárez próximos a los edificios de la Universidad Veracruzana), el deportista al correr en solitario, corre con un alejamiento cercano a la meditación, pero con el inconveniente de ser peligroso el hacerlo ya muy de noche porque siempre se presenta el riesgo de encontrarse con los bandidos locales, con las viejas bandas de rebeldes de aquellas colonias periféricas, aparte de los riesgos de lesionarse, haciendo de la Milla un lugar donde se experimentaban muchos peligros, mas existía como gozo al correrla ese alejamiento de la ciudad tan placentero y místico. Los recorridos por la avenida Murillo Vidal eran más cercanos a la ciudad, aun no existían los negocios actuales para poderlos visitar entre semana ó los días Sábado y Domingo como en la actualidad. Antes, la ciudad se caracterizaba por ser una ciudad donde el alimento diario era algo caro, no se caracterizaba todavía por las mafias de ahora baleando a sus enemigos en las calles. Digamos, el pollo o el pescado eran caros, pero los xalapeños ganaban buen dinero, algunos citadinos practicaban ejercicio como camino de vida. Si nos alejamos un poco de la zona centro y nos detenemos en la escuela Normal de Veracruz, podemos observar sus canchas de fútbol soccer; sus canchas de tenis, de frontenis, canchas de básquetbol y claro, siempre con las puertas abiertas de la escuela Normal para cualquier deportista entusiasta. Jalapa tenía tardes frescas y hermosas. Puras. Ideales para practicar algún deporte y jugar la cáscara. La Avenida Murillo Vidal le daba al deportista una cierta lejanía sin impedir el estar en contacto con los habitados rincones jalapeños. Esa misma libertad de no estar encerrado en ninguna escuela y el no estar totalmente solo ante la naturaleza y los hampones, despeja un poco la flojera para poder hacer ejercicio y se prepara la mente junto con el cuerpo cerca del sitio donde uno vive, algo muy económico para el deportista. Armenia siempre ha vivido cerca de la avenida Murillo Vidal, ahora a esa zona se le conoce como Lomas del Tejar; actualmente ya es madre de familia, abogada, vive de rentar departamentos en el centro de la ciudad y su marido es abogado de un par de familias en la capital Veracruzana; es feliz pero el mundo ha cambiado según ella, por aquellos días no le gustaba hacer ejercicio, siempre fue atleta a la fuerza desde pequeña, por ser la hermana menor de aquella familia llena de varones, invasores de las canchas de futsal de la Universidad Veracruzana durante sus estudios secundarios, luego legalmente jugadores cuando ingresaron a las diferentes carreras dentro del circuito estudiantil universitario. Armenia escapaba de sus hermanos, antes de escuchar las histriónicas peroratas de ellos acerca de los beneficios del ejercicio; pedaleando como goleta en mar abierto por las calles. A su vida estudiantil, la acompañaban esas tardes donde moldeó su cuerpo con los ejercicios diurnos, su papá le ayudaba cuando era todavía una niña, pero ella pudo salir sola a andar en bici desde la secundaria. Los amigos de Armenia vivían lejos de su casa allá por el Tejar y eso provocó una atención correcta a los minutos de ejercicio. Llegó a tener un buen cuerpo a sus quince años, con su pelo corto, ondulado y brillante; parecía una joven estatua griega o una “dama de hierro” local, inquieta por salir a andar en su bici turista para mujeres, con el cuadro ondulado para hacerle más fácil el treparse a ella, lo único que no le gustaba era el color pastel de la bici, un clásico y cursi color rosa (para la opinión de Armenia); al pasar un año y medio de andar en la bicicleta, después de enterarse cómo poder hacerlo le cambió el color a dorado, pero quedó peor, delataba un gusto horrible en la estética deportiva, mandó con el mecánico de bicicletas (quien reparaba la bici de Armenia cuando se le ponchaba una llanta o se le gastaba una pieza) a cambiar el color de la bicicleta por un color blanco, pegándole algunas calcomanías de moda, la bicicleta ya blanca quedó muy bien, fue la única manera de presumir en su casa la imaginación superior de Armenia frente a sus hermanos mayores; con el tiempo la vendió a una vecina joven del Tejar, después compró un bicicleta estática de corte clásico tubular. Al pasar el tiempo, de nuevo cambió su bici estática vieja y se compró una caminadora. Esa caminadora no duró demasiado tiempo, la razón de venderla fue la de siempre: El ser humano se vuelve flojo cuando le indica alguna autoridad que hacer para vivir mejor; los doctores o padres de familia siempre lo hacen; agarran nuestra cabeza, la golpean un poco en señal de lástima, le dicen a uno lo fácil del problema, luego dictan la solución a nuestro problema y de manera inesperada, todo rebelde saldrá huyendo de aquellos consejos. Algunas chicas prefieren echar a perder su cuerpo antes de aceptar aquella autoridad, no vacilan en engordar o criar una decena de hijos solo para olvidarse de todas las reglas para practicar un deporte. Los doctores son más difíciles de evadir, a esas almas comprometidas con la medicina, se les debe de hacer caso y en la situación de ser un amigo de la familia aparte de ser el doctor de siempre, se les debe de respetar la doble y noble atención en sus argumentos galenos para sobrevivir a estos días llenos de estrés. La mente de Armenia se mecía entre la caminadora o en volver a su bicicleta estática; el doctor de la familia le recomendaba que su vida deportiva debería de ser el ejercicio mediante la caminata y las rutinas aeróbicas, atrás habían quedado los días de Jazz como solución deportiva para bajar de peso, volviéndose este el tatarabuelo del Zumba como ritmo bailable y una sana quema de calorías entre las chicas y los chicos modernos. Armenia volvió a las andadas de la bicis estáticas pero esta vez se compró una bici estática aerodinámica. Corre el rumor entre sus vecinos de que Armenia inventó los treinta minutos diarios en bicicleta estática, corre como un chiste de amistades, todos los vecinos saben de esa pereza clásica en ella para sentarse en su bicicleta y pedalear mientras oye música desde su estéreo. Pero esa pereza es la pereza del deportista y no la pereza del flojo; el estirarse sin demasiada atención en querer hacerlo, tocar indiferente las puntas de sus pies, hacer sentadillas distraída con alguna idea para mejorar su hogar, tanto tiempo ese cuerpo se había flexionado y tonificado, resultando el calentarlo algo muy fácil de hacer.
Los (nuevos) fines de semana llegaban a la casa de la Armenia colegiala, leía sin prisa Sábados y Domingos todas las Mafaldas encontradas por esos años en el centro comercial de la Plaza Cristal o en las librerías del centro de la ciudad jalapeña, era una ventaja para ella el poder leer a Mafalda o algún otro libro de viñetas de Quino, no podía entender el mundo sin sus caricaturas e historietas; las amigas de su salón de clases pudieron gozar la tortuosa manera de dibujar del afamado caricaturista, de sus locas ideas juveniles en parte por la valiente y osada manera en que Armenia lograba llevar entre sus útiles aquellos libros de caricaturas; en varias ocasiones fueron confiscados por los maestros de su escuela para no volverlos a ver Armenia nunca más; en aquellos años de escuela donde a los estudiantes se les hablaba todavía de usted. Para Armenia el motivo principal de seguir leyendo los dibujos de Quino, eran esas dinámicas de poder compararlos con otros artistas del género de la historieta; aparte eran un empuje en los diversos aspectos de su vida, todavía con sueños irredentos. Sin embargo lo que Armenia observaba acerca del mundo ocurría en sitios lejanos de aquellas neblinas xalapeñas y de aquellas tardes llenas de raspones en las pantorrillas a través de los viejos caminos de la capital de Veracruz, la capital no se imaginaba la ola de tendencias futuras y se contentaba con mirar por las tardes a una Armenia voraz leyendo libros de Quino; fugándose de la casa de sus padres por las mañanas de los fines de semana o en las vacaciones para sentir la alegría de encontrar un nuevo libro de su querido autor entre los archiveros o estantes de las librerías; envolviéndose en aquellas caricaturas, tan cercanas a ella por su gracia pero tan lejanas por la manera de corporeizar los problemas de los niños y de el mundo entero. Nadie le podía arrebatar a Armenia esas tardes de bicicleta y de historietas inigualables.
Aquélla tarde donde acomodaba una parte del cabello oscuro y ondulado (en forma de estatua griega) para liberar su visión a la hora de andar en la bici, colocó su casco en la cabeza y le pegó con el pie derecho a la llanta delantera para checar si tenía aire suficiente, los tenis de Armenia se llenaron de polvo mientras dominaba la bici con su vientre, balanceándose hacia delante y hacia atrás sobre la banqueta de la avenida Murillo Vidal lejos de la colonia del Tejar; la llanta delantera no estaba baja; podía seguir su recorrido, ahora abajo de la acera, para no desbarrancarse en las orillas de la avenida, se le antojó un refresco para después del paseo, mas sabía que si se ponía a pedalear demasiado rápido le daría el dolor de caballo, haciéndole respirar con la boca, indicativo de estar respirando de una forma incorrecta al hacer ejercicio. No era alta pero con sus uno setenta y cinco de estatura a veces parecía mayor a su edad, por ello cuando se detuvo entre el crucero de Maestros Veracruzanos y Murillo Vidal, le preguntaron como señorita si quería aceptar una pieza de pan de caja, Armenia asombrada, vio a aquella familia de panaderos con los canastos en la cabeza. Padre, madre e hijo; los tres en fila india pero sin pies visibles, flotando, queriéndole regalar una pieza de pan, ella les dijo: Si, quiero uno. Oyó entonces un ruido de risas por todo el cruce de las avenidas, rodeando a los cuatro y a la bicicleta (tan solo ellos cuatro y una neblina espesa estaban visibles en aquella tarde trivial); la abuela de Armenia al escuchar la historia atribuyó a los chaneques aquellas risas o quizás a las brujas, pero deberían ser los chaneques porque las brujas no salen tan temprano, dijo su abuela. Armenia tomó el pan de agua en forma de rosca trenzada, clásico en la ciudad de Xalapa; los panaderos le devolvieron una mirada y una sonrisa, se marcharon sin cobrarle. Nadie de los vecinos de la zona se acuerda el haber visto a un panadero con su familia caminando por las calles cercanas a la avenida Murillo Vidal, andaba por ahí solo un señor panadero pero manejando una bicicleta de cuadro doble, rines de carga y andaba siempre solo. Nadie recuerda si aquella familia existía y menos como la había descrito la colegiala, con las caras flacas, cacharecos, los ojos casi sin luz, los pies en otro sitio porque no tenían pies y a la mujer le faltaba un arete, al hijo solo le faltaban sus pies y parecía flotar como si un hilo de cañamo fuera el que lo estuviese sosteniendo, llevando su canasta llena de pan en la cabeza con destreza; la familia de panaderos se alejó, los vio cruzar la avenida Murillo Vidal con dirección hacia los campos donde hoy se encuentran las instalaciones deportivas de la USBI, allá por la Milla. Los arropaba la neblina, a ratos balanceándose suavemente suspendidos en el aire. Armenia se recuerda comiendo poco a poco ese pan tan delicioso regalo de aquellos vendedores de pan y esa harina deshaciéndose en su boca, llegó hasta la tienda de la colonia a pedir un jugo Boing de sabor tamarindo. Nunca volvió a ver a los panaderos y estuvo sin salir de su casa dos meses por consejos de su abuela. Solamente se entretenía leyendo Mafaldas. Al pasar el tiempo, sus hermanos la obligaron a hacer ejercicio para que no engordara; llegaba de la escuela y cambiaba su uniforme de color gris y franjas rojas, se colocaba un pants amarillo pastel; tenía otro azul de franjas blancas, también uno azul marino de franjas delgadas violetas. Convinaba sus pants con las camisetas dejadas por los hermanos mayores o con las camisetas robadas a los mismos para no usar su ropa y ensuciarla al hacer ejercicio. Ya cambiada, salía inmediatamente y sin dudar antes de la comida porque no quería andar tan tarde por la calle, recorriendo solo unas cuatro o cinco manzanas de sus vecinos, regresaba rápido hacia el portón de su hogar; hasta hacer los viajes cada vez más largos como antes de conocer a aquellos panaderos. Excepto cuando llovía, no dejaba pasar un día de la semana sin salir a correr la bicicleta, en los días de lluvia se quedaba leyendo sus Mafaldas y demás libros de Quino. Al entrar en el segundo año de secundaria, empezó a olvidar aquél encuentro con los panaderos de la avenida Murillo Vidal, solo le servía de escarmiento para cuando alguno de sus familiares le quería demostrar autoridad en alguno de los pleitos familiares. ¡Se te van a aparecer los panaderos!. Le gritaban sus hermanos o a veces hasta sus padres. Cuando obtuvo confianza, se quitaba su uniforme de la secundaria; tomaba Armenia su bicicleta blanca como a las seis de la tarde para andar un poco en ella casi por toda la avenida Murillo Vidal, pasaba a comprar un refresco a la tienda cercana a la casa de sus padres, antes de pedalear tomaba su casco de ciclista, lo colocaba en su cabeza y calentando para hacer ejercicio, se estiraba indiferente para salir con su bicicleta después de la niebla de la tarde.

18 de Agosto de 2014
Funzi


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