La amiga de
la secundaria
-¿En cuál salón
quedaste?
Sandra,
volteó para ver quien le preguntaba por su nuevo salón de clases.
Aquél nuevo lunes, iba a ser su primer día en la escuela Secundaria
Federal 5 de la capital de Veracruz; había sentido por su espalda a
una voz suave y enérgica al mismo tiempo. Volteó hacia atrás y
pudo darse cuenta de la dueña de esa voz, vio a una chica delgada
con uniforme de la secundaria, muy pecosa; le contestó amablemente.
En el del primero F, ¿y a ti, cuál te tocó?.
Me temo que en el mismo. Le dijo aquella chica.
Sonrieron las dos por un instante. Sandra había
ingresado a la secundaria al aprobar su examen de admisión con
promedio de 9.8. Aquella niña se había propuesto terminar el
periodo de estudios secundarios con buenas calificaciones; Sandra era
alta y de pelo castaño oscuro, de mirada tranquila con ojos cafés;
era una chica seria pero accesible, muy amiguera; para Sandra, el
cambio de escuela era solo un cambio de uniforme, tenía una hermana
mayor, quien estudiaba la preparatoria; Sandra, sabía gracias a su
hermana mayor de todos los problemas venideros al volverse alumna de
recién ingreso en la secundaria. Para la hermana de Sandra, todo
consistía en levantarse temprano, desayunar algo ligero; ya lista y
con el uniforme puesto, dirigirse a la secundaria caminando. Vivían
las dos con sus padres, muy cerca de la escuela secundaria; en la
calle Centenario, colonia Trece de Septiembre.
Sandra aún no sabía
cual sería su carrera profesional, pero no tenía prisa, le quedaban
seis años de estudio por cursar; había charlado con sus padres
acerca de elegir con responsabilidad y con calma una carrera. Sus
padres eran evangelistas y le recomendaron no andar de novia con los
chicos, hasta que fuera un poco más madura; le pidieron esperar para
elegir también con quien vivir en pareja. Sandra usaba un celular
ALCATEL 5036; conversando con aquella nueva compañera muy pronto
quiso intercambiar números teléfonicos, la otra chica se llamaba
Diana, era de Xalapa y vivía lejos de la escuela. Allá por el
Castillo. Tenía el pelo ondulado y negro, su piel era del
color de la nieve y tomaba cierto tiempo acostumbrarse a las pecas de
su cara, las pecas le llegaban hasta los senos aún sin desarrollar
en Diana, era un poco mas bajita que Sandra, delgada, como una modelo
de revistas, pero casi sin maquillaje, apenas un tono cereza en los
labios, con las uñas pintadas de rojo cereza igualmente; en cambio
Sandra no usaba maquillaje alguno, tan solo se sujetaba el cabello
con una dona, se aplicaba en el cabello un poco de mousse;
usaba aretes: un par de perlas pequeñas de color blanco. Después de
hacer los honores a la bandera y de anotar sus números mutuamente
como nuevos contactos en sus celulares, se dirigieron a tomar la
primera clase: Física. Las dos estudiantes se sentaron en bancas
paralelas y se mostraron sus cuadernos nuevos, se prestaron sus
lapiceros para escribir sus nombres en los cuadernos y comprobar los
colores, Sandra usaba una pluma de gel negra; Diana tenía una
pluma-linterna; la charla de las nuevas amigas giró alrededor de los
artistas de moda, compartieron gustos musicales. A Sandra por ejemplo
le gustaba Justin Beiber, a Diana le gustaba Enrique Iglesias y la
música de Pitbull, soñaba con conocerlos en algún concierto; se
emocionaron al nombrar al grupo One Direction y a Miles Cyrus. Entró
la maestra de Física al salón de los alumnos del primero F, les
pasó lista y los minutos de clase transcurrieron entrevistándose
mutuamente todos los alumnos, para poder crear una comunidad entre
ellos. Los alumnos del salón se mostraron participativos para poder
conocerse. Las nuevas amigas se entretuvieron platicando mientras el
resto del grupo se presentaba ante la profesora de Física; en el
descanso, después de la clase de Geografía compartieron muchos
recuerdos de su primaria. Diana, aprobó el examen de admisión por
un curso propedéutico cursado en vacaciones, en cambio Sandra, solo
estudió por su propia cuenta la guía de estudio. Las dos eran
alumnas con calificaciones altas, no había otra cosa por hacer a su
edad, solo la música y los deberes en casa eran sus preocupaciones.
Los horas de aquel día pasaron con cierta calma y regocijo por estar
en la escuela de nuevo; algunos chicos de tercer año en medio del
descanso corrían detrás de una pelota de plástico jugando una
cáscara de fútbol. Pasaban a toda velocidad cerca de las dos chicas
sentadas en una jardinera; otras compañeras del salón se sentaron a
platicar con las nuevas amigas; platicaron con Sandra y con Diana
hasta terminar el descanso. Al salir de clases, Sandra se despidió
de beso de Diana y le propuso hablarle a su celular por la tarde o
mejor aún, mandarse mensajes a través del móvil. Diana tomó un
taxi de color verde y blanco para llegar a casa. Sandra le dijo adiós
a su nueva amiga y en el mar de estudiantes se mezcló un poco hasta
encontrar la acera adecuada para regresar a la casa de sus padres.
La mamá de Sandra la
esperaba con un flan napolitano como recompensa al primer día de
clases, Sandra era muy adicta al flan, pero, sí era un flan
napolitano, rompía a gritar de gusto por comerlo. Instalada en su
recámara, con el plato de flan en la mano, organizó el calendario
semanal de estudio y empezó a pasar los apuntes de las materias de
la escuela; se cambió el uniforme hasta las cuatro de la tarde.
Mirando una telenovela con su mamá; recordó, en medio de un
comercial de yogurt para beber el contactar a su nueva amiga, la
agarró bañándose, de todos modos Diana le contestó los mensajes
desde su celular. Sandra esperó a su amiga mientras ésta salía del
cuarto de baño y así poder platicar de su primer día en la
escuela. Mientras su amiga se duchaba, Sandra encendió la radio,
tomó unos dulces de la alacena para esperarla.
Al tardear, Sandra
mascaba un chicloso y platicaba con su nueva amiga. A Diana le
gustaron varios alumnos de tercer grado, pero a Sandra le gustó el
maestro de la clase de Química y además le gustó el taxista que
llevó a Diana a su casa después de clase. Le gustaban los chicos
jóvenes trayendo un hawk como corte de pelo; además le pareció
graciosa una pequeña herradura colgando en el espejo retrovisor del
taxi. Alrededor de las diez de la noche, la mamá de Sandra le llamó
a su cuarto para que bajara a cenar y después se durmiera porque ya
era muy tarde. Sandra se despidió de su amiga con un gesto de
desgano y se prometieron ver películas DVD el fin de semana.
Alegres, se dijeron mutuamente adiós las dos estudiantes de
secundaria.
Ya en el martes siguiente, caminando por las calles
de la Colonia 13 de Septiembre de la capital de Veracruz, Sandra se
dirigía todavía grogui hacia la escuela; en la secundaria se
utilizaban menos libros y libretas diariamente, por eso le pesaba
menos la mochila; solo su lonchera no había cambiado; adentro
llevaba una torta de pollo, un plátano roatán y un jugo de naranja
en envase tetra-pack; traía en su monedero jipi de tela, diez pesos
para algún antojo; además llevaba la sonrisa provocada por volver a
salirse un rato de la casa. Llevaba prisa por llegar y platicar con
Diana, sus buenas migas prometían buenos años de estudio, pero lo
importante sería saber si Sandra y su nueva amiga compartirían juntas
el mismo taller. Los talleres en la secundaria, son las horas más
relajantes del estudio porque abarcan medio día de horario escolar;
además solo son prácticas casi casi aprobadas algunas veces si el
alumno ya tiene algun conocimiento de las materias: Cocina,
carpintería o electricidad. Eso se lo había dicho su hermana mayor.
Cuando llegó hasta la
entrada principal de la secundaria, Sandra fue detenida por el
prefecto de la escuela; era un hombre delgado, blanco y con marcas de
acné de la juventud, usaba lentes negros opacos, el pelo de raya en
medio, canoso a medias. Pantalón de vestir gris, suéter gris un
poco más oscuro y una camisa blanca. Calzaba botines de cierre
negros, con suelas y tacones de choclo. Con una voz entrecortada le
comentó.
-Serías tan
amable de seguirme hasta la dirección. Sandra lo siguió sorprendida.
Adentro de la dirección, la alumna de primer grado
esperó unos quince minutos entre los muebles de las oficinas; veía
a varios profesores o empleados de la dirección, marcando todos
ellos sus tarjetones a tiempo, para comprobar la llegada del horario
matutino a la secundaria. Todos ahí llegaban bien vestidos, traían
portafolios y usaban diversas lociones, aromas apreciados por Sandra
en cada vuelta dada por maestros y oficinistas enfrente de ella. ¡Ahí
estaba aquel maestro tan atractivo! Un maestro de Química de primer
año. Alto, blanco; con cejas pobladas y de barba cerrada pero
afeitada, lucía un corte borsalino su cabello negro. Portaba una
camisa blanca con pantalón caqui, a Sandra le pareció un galán de
las telenovelas; aquél profesor de Química platicaba con la
directora de la secundaria y sus miradas se dirigían por instantes
hacia Sandra, luego, volvían a platicar inseguros entre ellos dos
nuevamente. Sandra miró como la directora de la secundaria caminaba
con ultranza por todo el pasillo de las oficinas de la dirección
para saludarla; era una mujer muy profesional, aquello se notaba por
sus modos, usaba un conjunto morado y una blusa color rosa claro, un
maquillaje casi imperceptible, de piel blanca y sin arrugas, usaba
unas zapatillas moradas de tacón medio. Tenía el pelo teñido de
rojo oscuro. -Hola ¿cómo estas, eres Sandra verdad? Sandra sonrío
nerviosa. –Si. Le contestó. La colegiala le ofreció la mano
derecha para saludarla, la directora le correspondió el saludó
cortésmente, pero de inmediato la tomó del brazo derecho con
delicadeza y la dirigió hasta su oficina. Las dos entraron al
espacio reservado para la directora y tomaron asiento con
tranquilidad, Sandra se sentó en una de las dos sillas de madera con
asiento de tela café, enfrente del escritorio de la profesora,
esperaba no llegar muy tarde a su primera hora de clase, una
situación muy importante para los alumnos en las escuelas; porque
después, todo mundo adentro del salón de clases querrá saber
acerca del alumno con retardo y se necesita de un buen motivo para no
volverse objeto de burla; se lo había dicho su hermana mayor. Sandra
miraba la oficina mientras la directora respondía un telefonema en
el conmutador de su escritorio. Observó varias fotos, colgadas en la
pared izquierda de la oficina construida con ladrilllos rojos. La
directora de la secundaria aparecía en esas fotos siempre sonriente
junto con algunos personajes importantes a cargo de la educación
media en Veracruz; las fotos aquellas, rodeaban el título
magisterial de la profesora. Abajo de las fotos había tres macetas
de barro negro con primaveras plantadas adentro de ellas, decoraban
tranquilamente un pequeño librero de madera ensamblado, de forma
horizontal y de color beige; lleno de libros. Al seguir observando la
oficina, Sandra se fijó en la pared derecha, había otro librero de
madera beige ensamblado, mas grande aún. Lo habían llenado con
tomos de enciclopedias de forro café. A ese librero de madera además
lo habían adornado con fotos familiares. Sandra imaginó ver en esas
fotos a los hijos o a los familiares de la directora, gente sonriente
y ligera. Ninguno de los dos libreros tenía polvo. Fijó su mirada
en un archivero metálico de tres cajones a lado del librero grande.
Arriba del archivero, Sandra miró una maceta de cristal con una
planta de agua inmóvil. La ventana a espaldas de la directora de la
secundaria, estaba decorada con persianas largas y de color hueso;
las cuales se encontraban todavía cerradas aquel día martes.
Mientras checaba la Laptop de color rojo metálico de la directora,
un modelo HP 14-ROO4; la alumna de primer grado creyó oler a canela
en el ambiente de la oficina. Para la opinión de Sandra, era una
oficina muy elegante; enfrente al escritorio escuchaba como la
maestra hablaba acerca del horario de clases o de algún salón de
segundo año. Sandra se sentía algo especial y algo cohibida al
estar ahí sentada. ¿Cuánto tiempo necesita uno para llegar a
tener un fino escritorio y una oficina así? Al fin libre del
telefonema, la directora miró a Sandra por algunos segundos. Después
le habló con voz afectuosa y nada familiar.
-Se, por varias personas, que ayer estuviste
actuando muy raro y en muchas ocasiones a lo largo de las clases.
Sabes, a veces los alumnos se ponen muy nerviosos cuando llegan a
estudiar al primer año de clases. Mira Sandra, me dijeron que te
vieron varias veces el día de ayer hablando sola. ¿Es un amigo
imaginario o sufres de algun síntoma que necesitemos saber de ti?.
Además, me gustaría hablar con tus padres sobre esto. La directora,
con firmeza en la voz, le comentaba el motivo de la charla a una
Sandra cada vez mas pálida.
-Solo hablé con Diana y
con Fernanda y otras compañeras en el descanso. Trató de explicarse
Sandra mientras balanceaba su lonchera con las manos, sintiéndose
justificada entonces, percibió un olor a pollo mezclado con un olor
a plátano y canela en el ambiente. La directora, hizo pasar a su
secretaria para ofrecerle a Sandra un vaso de agua y obtener para si
el número de teléfono de la casa de los padres de aquella alumna de
primer grado. Miró a Sandra con una actitud de reto.
-No es bueno decir
mentiras a las personas señorita. Estoy a punto de llamar a tus
padres, porque los que te vieron hablando sola todo el día de ayer
oyeron que mencionabas el nombre de Diana; pero, da la causalidad, de
que Diana no existe en nuestras listas de estudiantes, ni en la lista
de tu grupo ¿eres del grupo F, verdad?. Sandra asintió más
nerviosa cada vez. Sintió deseos de salir de la dirección para
traer hasta la presencia de la directora a Diana su amiga,
seguramente ella se encontraba en el salón de clases y no le
haría quedar mal ante la directora de la escuela. Con
un temperamento duro, pero cortés, le propuso entonces la maestra
directora a Sandra regresar a la casa de sus padres, volver junto con
ellos; además de traer los resultados de un chequeo médico general
y de sus facultades mentales si era posible, o algún dato médico
antecedente a esas crisis en su persona. Sandra replicó, le propuso
con una cortesía nunca antes empleada por ella el traer a su nueva
amiga hasta la dirección para demostrar su cordura, o como Sandra
decía.
-Para que vea que no es
mentira.
La directora de la
secundaria, inquieta por tomar una decisión, llamó al prefecto de
la escuela para poder comunicarse con la tal Diana. El
prefecto entró a la oficina de la directora; sacudido por la
noticia, fue muy discreto al sentirse molesto por la conducta de
Sandra, hizo equipo junto con la directora para así mostrar su
incredulidad ante la alumna de nuevo ingreso. -Nadie ha hecho esto
antes en la escuela. Le dijo a la profesora; aparte le mencionó el
no poder buscar a esa Diana en los salones porque esa alumna
simplemente, no existía. La directora asintió con naturalidad. Para
demostrar la mala actitud de Sandra, marcarían entonces el número
de teléfono de aquella amiga imaginaria. El prefecto se encargó de
hacer la llamada. Sin aspavientos marcó el número, le contestó un
voz de mujer y le preguntó al prefecto amablemente quién le
llamaba, por ser un número de teléfono desconocido para ella y para
su móvil. El prefecto preguntó entonces por la amiga -imaginaria-
de Sandra llamada Diana, alumna de la escuela Secundaria
Federal 5 del salón primero F. Al presentarse como prefecto de
aquella institución, logró conseguir la atención de la mujer en el
otro lado de línea, quien dijo llamarse efectivamente Diana pero sin
tener ninguna hija en aquella escuela ni con ese nombre, aparte le
comentó: La única Diana viviendo en este domicilio soy yo.
Pero ya tenía 34 años. Bien cumplidos en Diciembre. Habiendo
cursado la secundaria en la Federal 5 hace ya mucho tiempo,
mas sin embargo, en efecto, le tocó cursar sus estudios secundarios
en un grupo F; pero de aquellos años de secundaria ya había pasado
mucho tiempo. El prefecto, miró a Sandra por segundos alargados y
con los ojos como platos, con una mueca en el rostro le preguntó
cómo era su amiga. Sandra, dueña de la situación, les describió
hasta la pecas de Diana, su voz, su pelo, hasta sus apellidos:
Espinosa Domínguez. Aparte, Diana vivía por el Castillo.
La señora Diana al otro lado de la línea le confirmó al prefecto
(ya éste con la cara apachurrada) las señas físicas, la dirección
de allá por el Castillo, sus apellidos; pero con la
condición -le dijo la Diana madura al prefecto- de no estar en medio
de una llamada de soborno, los apellidos dados por aquella señora
fueron los mismos: Espinosa Domínguez. Los apellidos y los demás
datos eran correctos. Disculpándose, el prefecto dejó toda la
responsabilidad de esa llamada para “la mala actitud” de una
alumna mal intencionada. Haciéndole notar a la Diana madura la falta
de tacto de aquella alumna para involucrar a alguien externo en una
conducta nociva. Sandra, miró al prefecto con desprecio mientras
tomaba un poco de agua. El prefecto ya no podía hacer nada, miró a
la directora pidiéndole una solución, la directora solo agachó la
mirada. El prefecto se despidió de la señora Diana Espinosa
Domínguez de una forma pomposa, poniendo el honor de la escuela
secundaria de por medio para no tomar a esa llamada como una broma de
mal gusto, o algo peor. La directora de la secundaria le pidió salir
a Sandra de la oficina, Sandra salió sintiéndose como un campeón
en medio de un Vale Todo, quedándose la maestra tan solo en compañía
del pálido prefecto. Los dos hablaron durante siete minutos. Al cabo
de ese tiempo, la directora salió de la oficina junto con el
prefecto y le pidió a Sandra, con una actitud profesional,
volver a sus clases regulares.
Sandra entró al salón de clases pero nadie la
notó. El grupo de primero F tenía clase de Inglés. La maestra de
Inglés, dio permiso a Sandra de sentarse en su lugar, al mismo
tiempo seguía leyendo un texto en el idioma de Shakespeare, sin
detenerse, para no interrumpir la concentración de los alumnos.
Sandra se sentó en su banca y miró alrededor del salón para ver si
veía a Diana. No estaba. Al lado de Sandra, solo había un alumno
gordo con gafas carey de imitación. No estaba conforme, sacó su
libro de Inglés de primer año de su mochila, al momento de abrirlo
terminó la clase con el murmullo clásico de los alumnos en los
salones esperando el cambio de materia. Algunas compañeras de clase,
mientras llegaba el siguiente maestro, abordaron amigablemente a
Sandra, dos de ellas tratándola como rarita, entre chistes o risitas
burlonas le comentaron los objetivos vistos en la clase de Inglés.
Sandra se disculpaba y medio sonreía, tratando de seguir la charla.
A Sandra no le gustaba
la idea de una Diana no existente; porque hasta se había
quedado con su pluma-linterna; la sacó de su porta-lapiceros,
observándola guardó la pluma linterna con mucho cuidado, tratando
de no maltratar ese recuerdo; entonces, con cierta dignidad en sus
adentros, sintió ganas de hablarle por teléfono a Diana al
final del horario de clases de aquel martes. Ella tenía su teléfono;
no podría equivocarse. Mientras las horas de estudio de aquel día
se volvían pasado, Sandra no se notó en ellas. No hizo ningún
apunte de las materias en sus cuadernos. Regresó a casa después de
despedirse de algunas de sus compañeras afuera de la escuela
secundaria, al darse la vuelta oyó al avanzar detrás de ella
algunas risas burlonas. No podía evitar aquello, seguramente la
agarrarían de puerquito por todas esas circunstancias; ya sin
soluciones, al volverse a la casa, se encaminó por la acera de la
avenida Maestros Veracruzanos y vio estacionado al taxi verde y
adentro de la unidad al chofer mohicano. ¡Era el mismo taxi abordado
por Diana el día anterior! Esperando enfrente de la secundaria.
Sandra no tenía dudas, era el mismo taxi, lo sabía porque ella
había anotado mentalmente el número de la unidad, por si las
moscas. Miró al mismo taxista atractivo. Joven y flaco, moreno,
con el pelo mohicano y de apariencia inofensiva. Miró la herradura
colgando de su retrovisor. El taxista, apenas la notó como un
prospecto de pasaje, pero con parsimonia la ignoró por ofrecerles a
otros alumnos una corrida en la unidad color verde y blanca,
haciéndoles señas a los estudiantes con la mano derecha sobre el
volante del automóvil.
Al llegar Sandra a casa de sus padres, la recibieron todos sus
familiares con las bromas de siempre; por el frentazo aquel, se alejó hacia su cuarto sin noción del momento, sin interés
por convivir con la familia. Adentro de su cuarto, aventó su mochila
a la cama, se miró al espejo y se quitó una dona sujetadora de pelo
color naranja, se quitó su camisa de la secundaria, su camiseta, con
desgano se quitó el sostén y el resto del uniforme. Bajó de su
cuarto vistiendo una camiseta azul pastel y un short amarillo con
sandalias tipo
gallo de color verde claro. Con rumbo a la
cocina, le pidió a su mamá no distraerla de sus tareas escolares.
Al mismo tiempo, se sirvió en un plato plano de plástico una gran
rebanada de flan napolitano. Guardó el refractario con lo que
sobraba de flan en el refrigerador. La mamá de Sandra, sorprendida
por el tamaño de aquella rebanada de flan; le mencionó los peligros
de engordar por tanta azúcar. Sandra no la escuchó. La luna
xalapena, junto con la música de la radio acompañaron a Sandra
aquella noche. Jugueteaba con la pluma-linterna de
Diana. La
capital de Veracruz, llena de luces, fue visitada entonces por una
lluvia nocturna; constante y menuda.
20 de Agosto de 2014
Funzi