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17/9/14

Leyenda Urbana


La amiga de la secundaria




-¿En cuál salón quedaste?

Sandra, volteó para ver quien le preguntaba por su nuevo salón de clases. Aquél nuevo lunes, iba a ser su primer día en la escuela Secundaria Federal 5 de la capital de Veracruz; había sentido por su espalda a una voz suave y enérgica al mismo tiempo. Volteó hacia atrás y pudo darse cuenta de la dueña de esa voz, vio a una chica delgada con uniforme de la secundaria, muy pecosa; le contestó amablemente.
  • En el del primero F, ¿y a ti, cuál te tocó?.
  • Me temo que en el mismo. Le dijo aquella chica.
Sonrieron las dos por un instante. Sandra había ingresado a la secundaria al aprobar su examen de admisión con promedio de 9.8. Aquella niña se había propuesto terminar el periodo de estudios secundarios con buenas calificaciones; Sandra era alta y de pelo castaño oscuro, de mirada tranquila con ojos cafés; era una chica seria pero accesible, muy amiguera; para Sandra, el cambio de escuela era solo un cambio de uniforme, tenía una hermana mayor, quien estudiaba la preparatoria; Sandra, sabía gracias a su hermana mayor de todos los problemas venideros al volverse alumna de recién ingreso en la secundaria. Para la hermana de Sandra, todo consistía en levantarse temprano, desayunar algo ligero; ya lista y con el uniforme puesto, dirigirse a la secundaria caminando. Vivían las dos con sus padres, muy cerca de la escuela secundaria; en la calle Centenario, colonia Trece de Septiembre.
Sandra aún no sabía cual sería su carrera profesional, pero no tenía prisa, le quedaban seis años de estudio por cursar; había charlado con sus padres acerca de elegir con responsabilidad y con calma una carrera. Sus padres eran evangelistas y le recomendaron no andar de novia con los chicos, hasta que fuera un poco más madura; le pidieron esperar para elegir también con quien vivir en pareja. Sandra usaba un celular ALCATEL 5036; conversando con aquella nueva compañera muy pronto quiso intercambiar números teléfonicos, la otra chica se llamaba Diana, era de Xalapa y vivía lejos de la escuela. Allá por el Castillo. Tenía el pelo ondulado y negro, su piel era del color de la nieve y tomaba cierto tiempo acostumbrarse a las pecas de su cara, las pecas le llegaban hasta los senos aún sin desarrollar en Diana, era un poco mas bajita que Sandra, delgada, como una modelo de revistas, pero casi sin maquillaje, apenas un tono cereza en los labios, con las uñas pintadas de rojo cereza igualmente; en cambio Sandra no usaba maquillaje alguno, tan solo se sujetaba el cabello con una dona, se aplicaba en el cabello un poco de mousse; usaba aretes: un par de perlas pequeñas de color blanco. Después de hacer los honores a la bandera y de anotar sus números mutuamente como nuevos contactos en sus celulares, se dirigieron a tomar la primera clase: Física. Las dos estudiantes se sentaron en bancas paralelas y se mostraron sus cuadernos nuevos, se prestaron sus lapiceros para escribir sus nombres en los cuadernos y comprobar los colores, Sandra usaba una pluma de gel negra; Diana tenía una pluma-linterna; la charla de las nuevas amigas giró alrededor de los artistas de moda, compartieron gustos musicales. A Sandra por ejemplo le gustaba Justin Beiber, a Diana le gustaba Enrique Iglesias y la música de Pitbull, soñaba con conocerlos en algún concierto; se emocionaron al nombrar al grupo One Direction y a Miles Cyrus. Entró la maestra de Física al salón de los alumnos del primero F, les pasó lista y los minutos de clase transcurrieron entrevistándose mutuamente todos los alumnos, para poder crear una comunidad entre ellos. Los alumnos del salón se mostraron participativos para poder conocerse. Las nuevas amigas se entretuvieron platicando mientras el resto del grupo se presentaba ante la profesora de Física; en el descanso, después de la clase de Geografía compartieron muchos recuerdos de su primaria. Diana, aprobó el examen de admisión por un curso propedéutico cursado en vacaciones, en cambio Sandra, solo estudió por su propia cuenta la guía de estudio. Las dos eran alumnas con calificaciones altas, no había otra cosa por hacer a su edad, solo la música y los deberes en casa eran sus preocupaciones. Los horas de aquel día pasaron con cierta calma y regocijo por estar en la escuela de nuevo; algunos chicos de tercer año en medio del descanso corrían detrás de una pelota de plástico jugando una cáscara de fútbol. Pasaban a toda velocidad cerca de las dos chicas sentadas en una jardinera; otras compañeras del salón se sentaron a platicar con las nuevas amigas; platicaron con Sandra y con Diana hasta terminar el descanso. Al salir de clases, Sandra se despidió de beso de Diana y le propuso hablarle a su celular por la tarde o mejor aún, mandarse mensajes a través del móvil. Diana tomó un taxi de color verde y blanco para llegar a casa. Sandra le dijo adiós a su nueva amiga y en el mar de estudiantes se mezcló un poco hasta encontrar la acera adecuada para regresar a la casa de sus padres.
La mamá de Sandra la esperaba con un flan napolitano como recompensa al primer día de clases, Sandra era muy adicta al flan, pero, sí era un flan napolitano, rompía a gritar de gusto por comerlo. Instalada en su recámara, con el plato de flan en la mano, organizó el calendario semanal de estudio y empezó a pasar los apuntes de las materias de la escuela; se cambió el uniforme hasta las cuatro de la tarde. Mirando una telenovela con su mamá; recordó, en medio de un comercial de yogurt para beber el contactar a su nueva amiga, la agarró bañándose, de todos modos Diana le contestó los mensajes desde su celular. Sandra esperó a su amiga mientras ésta salía del cuarto de baño y así poder platicar de su primer día en la escuela. Mientras su amiga se duchaba, Sandra encendió la radio, tomó unos dulces de la alacena para esperarla.
Al tardear, Sandra mascaba un chicloso y platicaba con su nueva amiga. A Diana le gustaron varios alumnos de tercer grado, pero a Sandra le gustó el maestro de la clase de Química y además le gustó el taxista que llevó a Diana a su casa después de clase. Le gustaban los chicos jóvenes trayendo un hawk como corte de pelo; además le pareció graciosa una pequeña herradura colgando en el espejo retrovisor del taxi. Alrededor de las diez de la noche, la mamá de Sandra le llamó a su cuarto para que bajara a cenar y después se durmiera porque ya era muy tarde. Sandra se despidió de su amiga con un gesto de desgano y se prometieron ver películas DVD el fin de semana. Alegres, se dijeron mutuamente adiós las dos estudiantes de secundaria.
Ya en el martes siguiente, caminando por las calles de la Colonia 13 de Septiembre de la capital de Veracruz, Sandra se dirigía todavía grogui hacia la escuela; en la secundaria se utilizaban menos libros y libretas diariamente, por eso le pesaba menos la mochila; solo su lonchera no había cambiado; adentro llevaba una torta de pollo, un plátano roatán y un jugo de naranja en envase tetra-pack; traía en su monedero jipi de tela, diez pesos para algún antojo; además llevaba la sonrisa provocada por volver a salirse un rato de la casa. Llevaba prisa por llegar y platicar con Diana, sus buenas migas prometían buenos años de estudio, pero lo importante sería saber si Sandra y su nueva amiga compartirían juntas el mismo taller. Los talleres en la secundaria, son las horas más relajantes del estudio porque abarcan medio día de horario escolar; además solo son prácticas casi casi aprobadas algunas veces si el alumno ya tiene algun conocimiento de las materias: Cocina, carpintería o electricidad. Eso se lo había dicho su hermana mayor.
Cuando llegó hasta la entrada principal de la secundaria, Sandra fue detenida por el prefecto de la escuela; era un hombre delgado, blanco y con marcas de acné de la juventud, usaba lentes negros opacos, el pelo de raya en medio, canoso a medias. Pantalón de vestir gris, suéter gris un poco más oscuro y una camisa blanca. Calzaba botines de cierre negros, con suelas y tacones de choclo. Con una voz entrecortada le comentó.

-Serías tan amable de seguirme hasta la dirección. Sandra lo siguió sorprendida.

Adentro de la dirección, la alumna de primer grado esperó unos quince minutos entre los muebles de las oficinas; veía a varios profesores o empleados de la dirección, marcando todos ellos sus tarjetones a tiempo, para comprobar la llegada del horario matutino a la secundaria. Todos ahí llegaban bien vestidos, traían portafolios y usaban diversas lociones, aromas apreciados por Sandra en cada vuelta dada por maestros y oficinistas enfrente de ella. ¡Ahí estaba aquel maestro tan atractivo! Un maestro de Química de primer año. Alto, blanco; con cejas pobladas y de barba cerrada pero afeitada, lucía un corte borsalino su cabello negro. Portaba una camisa blanca con pantalón caqui, a Sandra le pareció un galán de las telenovelas; aquél profesor de Química platicaba con la directora de la secundaria y sus miradas se dirigían por instantes hacia Sandra, luego, volvían a platicar inseguros entre ellos dos nuevamente. Sandra miró como la directora de la secundaria caminaba con ultranza por todo el pasillo de las oficinas de la dirección para saludarla; era una mujer muy profesional, aquello se notaba por sus modos, usaba un conjunto morado y una blusa color rosa claro, un maquillaje casi imperceptible, de piel blanca y sin arrugas, usaba unas zapatillas moradas de tacón medio. Tenía el pelo teñido de rojo oscuro. -Hola ¿cómo estas, eres Sandra verdad? Sandra sonrío nerviosa. –Si. Le contestó. La colegiala le ofreció la mano derecha para saludarla, la directora le correspondió el saludó cortésmente, pero de inmediato la tomó del brazo derecho con delicadeza y la dirigió hasta su oficina. Las dos entraron al espacio reservado para la directora y tomaron asiento con tranquilidad, Sandra se sentó en una de las dos sillas de madera con asiento de tela café, enfrente del escritorio de la profesora, esperaba no llegar muy tarde a su primera hora de clase, una situación muy importante para los alumnos en las escuelas; porque después, todo mundo adentro del salón de clases querrá saber acerca del alumno con retardo y se necesita de un buen motivo para no volverse objeto de burla; se lo había dicho su hermana mayor. Sandra miraba la oficina mientras la directora respondía un telefonema en el conmutador de su escritorio. Observó varias fotos, colgadas en la pared izquierda de la oficina construida con ladrilllos rojos. La directora de la secundaria aparecía en esas fotos siempre sonriente junto con algunos personajes importantes a cargo de la educación media en Veracruz; las fotos aquellas, rodeaban el título magisterial de la profesora. Abajo de las fotos había tres macetas de barro negro con primaveras plantadas adentro de ellas, decoraban tranquilamente un pequeño librero de madera ensamblado, de forma horizontal y de color beige; lleno de libros. Al seguir observando la oficina, Sandra se fijó en la pared derecha, había otro librero de madera beige ensamblado, mas grande aún. Lo habían llenado con tomos de enciclopedias de forro café. A ese librero de madera además lo habían adornado con fotos familiares. Sandra imaginó ver en esas fotos a los hijos o a los familiares de la directora, gente sonriente y ligera. Ninguno de los dos libreros tenía polvo. Fijó su mirada en un archivero metálico de tres cajones a lado del librero grande. Arriba del archivero, Sandra miró una maceta de cristal con una planta de agua inmóvil. La ventana a espaldas de la directora de la secundaria, estaba decorada con persianas largas y de color hueso; las cuales se encontraban todavía cerradas aquel día martes. Mientras checaba la Laptop de color rojo metálico de la directora, un modelo HP 14-ROO4; la alumna de primer grado creyó oler a canela en el ambiente de la oficina. Para la opinión de Sandra, era una oficina muy elegante; enfrente al escritorio escuchaba como la maestra hablaba acerca del horario de clases o de algún salón de segundo año. Sandra se sentía algo especial y algo cohibida al estar ahí sentada. ¿Cuánto tiempo necesita uno para llegar a tener un fino escritorio y una oficina así? Al fin libre del telefonema, la directora miró a Sandra por algunos segundos. Después le habló con voz afectuosa y nada familiar.

-Se, por varias personas, que ayer estuviste actuando muy raro y en muchas ocasiones a lo largo de las clases. Sabes, a veces los alumnos se ponen muy nerviosos cuando llegan a estudiar al primer año de clases. Mira Sandra, me dijeron que te vieron varias veces el día de ayer hablando sola. ¿Es un amigo imaginario o sufres de algun síntoma que necesitemos saber de ti?. Además, me gustaría hablar con tus padres sobre esto. La directora, con firmeza en la voz, le comentaba el motivo de la charla a una Sandra cada vez mas pálida.

-Solo hablé con Diana y con Fernanda y otras compañeras en el descanso. Trató de explicarse Sandra mientras balanceaba su lonchera con las manos, sintiéndose justificada entonces, percibió un olor a pollo mezclado con un olor a plátano y canela en el ambiente. La directora, hizo pasar a su secretaria para ofrecerle a Sandra un vaso de agua y obtener para si el número de teléfono de la casa de los padres de aquella alumna de primer grado. Miró a Sandra con una actitud de reto.
-No es bueno decir mentiras a las personas señorita. Estoy a punto de llamar a tus padres, porque los que te vieron hablando sola todo el día de ayer oyeron que mencionabas el nombre de Diana; pero, da la causalidad, de que Diana no existe en nuestras listas de estudiantes, ni en la lista de tu grupo ¿eres del grupo F, verdad?. Sandra asintió más nerviosa cada vez. Sintió deseos de salir de la dirección para traer hasta la presencia de la directora a Diana su amiga, seguramente ella se encontraba en el salón de clases y no le haría quedar mal ante la directora de la escuela. Con un temperamento duro, pero cortés, le propuso entonces la maestra directora a Sandra regresar a la casa de sus padres, volver junto con ellos; además de traer los resultados de un chequeo médico general y de sus facultades mentales si era posible, o algún dato médico antecedente a esas crisis en su persona. Sandra replicó, le propuso con una cortesía nunca antes empleada por ella el traer a su nueva amiga hasta la dirección para demostrar su cordura, o como Sandra decía.

-Para que vea que no es mentira.

La directora de la secundaria, inquieta por tomar una decisión, llamó al prefecto de la escuela para poder comunicarse con la tal Diana. El prefecto entró a la oficina de la directora; sacudido por la noticia, fue muy discreto al sentirse molesto por la conducta de Sandra, hizo equipo junto con la directora para así mostrar su incredulidad ante la alumna de nuevo ingreso. -Nadie ha hecho esto antes en la escuela. Le dijo a la profesora; aparte le mencionó el no poder buscar a esa Diana en los salones porque esa alumna simplemente, no existía. La directora asintió con naturalidad. Para demostrar la mala actitud de Sandra, marcarían entonces el número de teléfono de aquella amiga imaginaria. El prefecto se encargó de hacer la llamada. Sin aspavientos marcó el número, le contestó un voz de mujer y le preguntó al prefecto amablemente quién le llamaba, por ser un número de teléfono desconocido para ella y para su móvil. El prefecto preguntó entonces por la amiga -imaginaria- de Sandra llamada Diana, alumna de la escuela Secundaria Federal 5 del salón primero F. Al presentarse como prefecto de aquella institución, logró conseguir la atención de la mujer en el otro lado de línea, quien dijo llamarse efectivamente Diana pero sin tener ninguna hija en aquella escuela ni con ese nombre, aparte le comentó: La única Diana viviendo en este domicilio soy yo. Pero ya tenía 34 años. Bien cumplidos en Diciembre. Habiendo cursado la secundaria en la Federal 5 hace ya mucho tiempo, mas sin embargo, en efecto, le tocó cursar sus estudios secundarios en un grupo F; pero de aquellos años de secundaria ya había pasado mucho tiempo. El prefecto, miró a Sandra por segundos alargados y con los ojos como platos, con una mueca en el rostro le preguntó cómo era su amiga. Sandra, dueña de la situación, les describió hasta la pecas de Diana, su voz, su pelo, hasta sus apellidos: Espinosa Domínguez. Aparte, Diana vivía por el Castillo. La señora Diana al otro lado de la línea le confirmó al prefecto (ya éste con la cara apachurrada) las señas físicas, la dirección de allá por el Castillo, sus apellidos; pero con la condición -le dijo la Diana madura al prefecto- de no estar en medio de una llamada de soborno, los apellidos dados por aquella señora fueron los mismos: Espinosa Domínguez. Los apellidos y los demás datos eran correctos. Disculpándose, el prefecto dejó toda la responsabilidad de esa llamada para “la mala actitud” de una alumna mal intencionada. Haciéndole notar a la Diana madura la falta de tacto de aquella alumna para involucrar a alguien externo en una conducta nociva. Sandra, miró al prefecto con desprecio mientras tomaba un poco de agua. El prefecto ya no podía hacer nada, miró a la directora pidiéndole una solución, la directora solo agachó la mirada. El prefecto se despidió de la señora Diana Espinosa Domínguez de una forma pomposa, poniendo el honor de la escuela secundaria de por medio para no tomar a esa llamada como una broma de mal gusto, o algo peor. La directora de la secundaria le pidió salir a Sandra de la oficina, Sandra salió sintiéndose como un campeón en medio de un Vale Todo, quedándose la maestra tan solo en compañía del pálido prefecto. Los dos hablaron durante siete minutos. Al cabo de ese tiempo, la directora salió de la oficina junto con el prefecto y le pidió a Sandra, con una actitud profesional, volver a sus clases regulares.

Sandra entró al salón de clases pero nadie la notó. El grupo de primero F tenía clase de Inglés. La maestra de Inglés, dio permiso a Sandra de sentarse en su lugar, al mismo tiempo seguía leyendo un texto en el idioma de Shakespeare, sin detenerse, para no interrumpir la concentración de los alumnos. Sandra se sentó en su banca y miró alrededor del salón para ver si veía a Diana. No estaba. Al lado de Sandra, solo había un alumno gordo con gafas carey de imitación. No estaba conforme, sacó su libro de Inglés de primer año de su mochila, al momento de abrirlo terminó la clase con el murmullo clásico de los alumnos en los salones esperando el cambio de materia. Algunas compañeras de clase, mientras llegaba el siguiente maestro, abordaron amigablemente a Sandra, dos de ellas tratándola como rarita, entre chistes o risitas burlonas le comentaron los objetivos vistos en la clase de Inglés. Sandra se disculpaba y medio sonreía, tratando de seguir la charla.
A Sandra no le gustaba la idea de una Diana no existente; porque hasta se había quedado con su pluma-linterna; la sacó de su porta-lapiceros, observándola guardó la pluma linterna con mucho cuidado, tratando de no maltratar ese recuerdo; entonces, con cierta dignidad en sus adentros, sintió ganas de hablarle por teléfono a Diana al final del horario de clases de aquel martes. Ella tenía su teléfono; no podría equivocarse. Mientras las horas de estudio de aquel día se volvían pasado, Sandra no se notó en ellas. No hizo ningún apunte de las materias en sus cuadernos. Regresó a casa después de despedirse de algunas de sus compañeras afuera de la escuela secundaria, al darse la vuelta oyó al avanzar detrás de ella algunas risas burlonas. No podía evitar aquello, seguramente la agarrarían de puerquito por todas esas circunstancias; ya sin soluciones, al volverse a la casa, se encaminó por la acera de la avenida Maestros Veracruzanos y vio estacionado al taxi verde y adentro de la unidad al chofer mohicano. ¡Era el mismo taxi abordado por Diana el día anterior! Esperando enfrente de la secundaria. Sandra no tenía dudas, era el mismo taxi, lo sabía porque ella había anotado mentalmente el número de la unidad, por si las moscas. Miró al mismo taxista atractivo. Joven y flaco, moreno, con el pelo mohicano y de apariencia inofensiva. Miró la herradura colgando de su retrovisor. El taxista, apenas la notó como un prospecto de pasaje, pero con parsimonia la ignoró por ofrecerles a otros alumnos una corrida en la unidad color verde y blanca, haciéndoles señas a los estudiantes con la mano derecha sobre el volante del automóvil.
Al llegar Sandra a casa de sus padres, la recibieron todos sus familiares con las bromas de siempre; por el frentazo aquel, se alejó hacia su cuarto sin noción del momento, sin interés por convivir con la familia. Adentro de su cuarto, aventó su mochila a la cama, se miró al espejo y se quitó una dona sujetadora de pelo color naranja, se quitó su camisa de la secundaria, su camiseta, con desgano se quitó el sostén y el resto del uniforme. Bajó de su cuarto vistiendo una camiseta azul pastel y un short amarillo con sandalias tipo gallo de color verde claro. Con rumbo a la cocina, le pidió a su mamá no distraerla de sus tareas escolares. Al mismo tiempo, se sirvió en un plato plano de plástico una gran rebanada de flan napolitano. Guardó el refractario con lo que sobraba de flan en el refrigerador. La mamá de Sandra, sorprendida por el tamaño de aquella rebanada de flan; le mencionó los peligros de engordar por tanta azúcar. Sandra no la escuchó. La luna xalapena, junto con la música de la radio acompañaron a Sandra aquella noche. Jugueteaba con la pluma-linterna de Diana. La capital de Veracruz, llena de luces, fue visitada entonces por una lluvia nocturna; constante y menuda.

20 de Agosto de 2014
Funzi

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